Si te escandalizan las colas en las guarderías tienes que ver lo que está pasando en China
Millones de padres chinos están dispuestos a todo con tal de que su hijo pueda acabar en una buena universidad. Y lo que se les pide a los niños no es mucho menos
En China, la carrera por entrar en los mejores colegios o universidades es una competición despiadada. No lo es tanto en España, ni mucho menos, pero la larga cola que hacían unos padres a la puerta de Santa Bernardita en Madrid para conseguir una plaza para sus hijos recuerda a la obsesión que se vive en el gigante asiático por la educación.
Con una clase media en China en constante crecimiento, que esta década pasará de los 430 a los 780 millones de personas, acceder a una de las universidades más prestigiosas del país se percibe como la llave para ascender de clase social. Millones de padres están dispuestos a todo: desde dilapidar los ahorros de toda la familia hasta cambiarse a una casa diminuta para estar cerca de un buen colegio. A los hijos no se les exige menos: agendas de ministro y renunciar a su vida personal desde que nacen.
De los pañales a los libros
"En ciudades como Shanghái uno debe empezar a planificar la educación de su hijo antes de que nazca. Es mucho mejor elegir, por ejemplo, una guardería privada. Aunque son caras, con dos años los niños ya tienen un profesor nativo que les enseña inglés", explica Qi Ruifang, una mujer de 36 años que trabaja en una empresa de logística.
Esta madre y su marido no dudaron en inscribir a su hija en una guardería privada al poco de que naciese. Están convencidos de que esta elección ha sido decisiva para que la niña lograse entrar en una escuela de primaria de élite. Con solo seis años, Xuan Xuan tuvo que enfrentarse a su primera entrevista para ser admitida. No era de trabajo, pero bien lo parecía. Qi recuerda cómo madre e hija pasaron días repasando sus conocimientos de matemáticas, inglés y chino para impresionar a la maestra encargada de seleccionar a los nuevos alumnos.
Ahora que la pequeña está admitida la presión no disminuye. "Con seis años tiene que quedarse hasta las 10 de la noche para terminar todos los deberes. Al menos son tres horas de estudio más al día después del colegio. Los caracteres es una de las tareas más arduas. Son muchas horas y su padre y yo tenemos que ayudarla todas las noches", reconoce Qi Ruifang con resignación.
Las clases sustituyen el tiempo de juego
Meimei no sabe lo que es levantarse un fin de semana y perder el tiempo viendo la televisión y yendo a jugar al parque con sus amigos. Solo tiene diez años pero su agenda se parece más a la de un CEO al mando de una empresa que a la de una niña de su edad. Nada más desayunar tiene que vestirse corriendo para asistir a su primera clase del día: danza. Luego tiene piano y por la tarde pintura.
"Los fines de semana se consagran a actividades más creativas, mientras que entre semana tiene que asistir a clases de cálculo, chino y STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas)", explica Sarah, una madre de 40 años que vive en Cantón. Para Meimei la diversión queda relegada a unos minutos antes de acostarse y a un rato el domingo por la tarde. Parece un buen entrenamiento para una sociedad en la que el 9-6-6, trabajar de nueve a seis de la tarde seis días a la semana, es una filosofía bastante extendida.
"Mi prioridad es que mi hija reciba la mejor educación posible y no me importa sacrificar una gran parte de nuestro presupuesto en esto", dice Sarah, que confiesa gastar 1.200 euros en clases extraescolares al mes para su hija. "He abandonado la idea de tener un segundo hijo hace años. Es demasiado tiempo y dinero. Prefiero dedicar todos mis esfuerzos en uno para que pueda llegar más lejos", concluye Sarah.
A pesar de que el gobierno ha intentado en estos últimos años disminuir la presión que viven los niños reduciendo la carga lectiva, la situación no ha hecho más que empeorar ya que los padres han aprovechado este vacío para llenarlo aún más con clases extraescolares.
Y mientras la obsesión de los padres por la educación aumenta también lo hacen las cifras millonarias que suma este negocio. Según ha publicado la agencia de noticias china Xinhua en 2016, más de 137 millones de estudiantes (de un total de 180 millones) asistían a clases extraescolares. Se calcula que el volumen de negocio en este país podría superar los 100.000 millones de euros al año.
Las 'xuequfang'
Desde que nació su hija, Hualing tenía claro que la llevaría a las mejores escuelas de Shanghái. Cuando se puso a buscar vio que las que tenía cerca de su barrio no estaban mal, pero ella quería la mejor. Fue entonces cuando Hualing y su marido decidieron invertir en una 'xuequfang', es decir, un apartamento en una zona con colegios buenos. "Primero tuve que vender mi casa. Después convencí a mis padres de que vendieran la suya y se fuesen a vivir a las afueras a un apartamento más pequeño", explica Hualing. La pareja sacrificó los ahorros familiares para mudarse a un piso de 60 metros cuadrados en el centro de Shanghái por el que pagaron 1.2 millones de euros.
Los 'xuequfang' existen en toda China, pero principalmente se concentran en megaurbes como Pekín, Shanghái y Cantón. Aunque estos pisos no son una garantía para entrar a la escuela deseada, su precio no ha dejado de aumentar en los últimos años. En Shanghái la diferencia de precio entre una 'xuequfang' y otro piso cerca al que no le toca el colegio puede ser de más de 5.000 euros el metro cuadrado", explica Fenfang, una profesora que invirtió en uno de ellos hace años.
En ocasiones, en estos pisos que literalmente se traducen por "escuela, zona, casa" ni siquiera viven los padres. "A veces no miden más de 15 metros cuadrados. Son cuatro muros y un techo pero merece la pena pagar por ellos con tal de que tu hijo pueda estudiar donde quieras", dice Fengfang. Tanto ella como Hualing están convencidas de que mereció la pena gastar esa suma de dinero.
Pensar la universidad en la guardería
Calles cortadas, cámaras de vigilancia, toma de las huellas dactilares e incluso sistemas de reconocimiento de retina. No es una película de ciencia ficción, sino una imagen habitual en muchos de los centros donde cada año millones de alumnos se examinan del 'gaokao' o la prueba de acceso a la universidad en China.
Uno de estos centros está en Maotanchang. Esta localidad se ha hecho famosa por alojar a más de 8.000 madres que cada año se mudan con sus hijos para acompañarlos en el tortuoso proceso del 'gaokao'. Detrás dejan a sus maridos, que continuarán trabajando para poder financiar los gastos ese año. Durante el año de preparación, las madres asumen el papel de entrenadoras personales, disponibles 24 horas al día para que sus hijos no pierdan ni un solo segundo de estudio.
La presión es también brutal para los hijos. Angie, productora en la provincia de Anhui, lo recuerda como una pesadilla: "Medio año antes del 'gaokao' tenemos que estudiar de domingo a domingo. Vas a clase de ocho de la mañana a nueve de la noche y cuando vuelvas a casa cenas y sigues estudiando hasta medianoche".
Numerosos expertos llevan años advirtiendo de las consecuencias negativas que un proceso tan exigente puede tener para la salud mental de los hijos. Para Joán, un español casado con una mujer china y con más de diez años en el país, la decisión está clara. "Este año nos volvemos a España. Jugar y experimentar es tan importante como estudiar. No quiero que mi hija se críe en un entorno con tanta presión", dice convencido este empresario.
Muchos padres en China se han hecho eco de esta advertencia y han optado por buscar un modelo alternativo enviando sus hijos al extranjero. Una opción que cada vez es más popular pero que no deja de estar restringida a solo unos pocos privilegiados.